Cuando el valor de la naturaleza depende de su utilidad



Durante mucho tiempo nos han enseñado a justificar la protección de la naturaleza a partir de lo que nos ofrece.
Bosques que producen oxígeno.
Ríos que abastecen de agua.
Suelos fértiles que garantizan alimentos.
Ecosistemas que nos protegen de desastres o regulan el clima.

Este enfoque ha tenido un efecto positivo: ha permitido que muchas personas comprendan que destruir la naturaleza es, en última instancia, dañarnos a nosotros mismos. Gracias a esta mirada se han frenado abusos, se han protegido espacios y se ha generado una conciencia ambiental que antes no existía.

Sin embargo, cuando observamos con más detenimiento, aparece una pregunta incómoda:
¿qué ocurre cuando el valor de la naturaleza se mide únicamente por su utilidad para el ser humano?

Cuando defendemos un bosque porque “nos da oxígeno”, estamos estableciendo una condición.
Cuando protegemos un río porque “lo necesitamos”, estamos poniendo un requisito.
Cuando argumentamos que una especie es importante porque “cumple una función”, estamos pidiendo una justificación.

Y sin darnos cuenta, dejamos fuera de la ecuación todo aquello que no sabemos medir, explicar o aprovechar.

¿Qué pasa con los árboles que no producen beneficios visibles?
¿Con los animales que no encajan en nuestros esquemas de utilidad?
¿Con los lugares que no sirven para nada concreto, más allá de existir?

La lógica de la utilidad no es malintencionada, pero es limitada.
Reduce la complejidad del mundo vivo a una lista de servicios.
Y convierte a la Tierra en algo que debe demostrar constantemente su valor ante nosotros.

Desde esta forma de pensar, la naturaleza deja de ser una comunidad viva y pasa a ser un conjunto de elementos evaluables: aquello que resulta útil se conserva; lo que estorba, se gestiona; lo que no encaja, se corrige o se elimina.

No hablamos ya de destrucción abierta, sino de algo más sutil: administración, planificación, control. Cambian las palabras, pero el marco mental permanece intacto. Seguimos situándonos en una posición superior desde la que decidimos qué merece seguir existiendo y en qué condiciones.

Desde aquí proponemos detenerse justo ahí, no para negar la interdependencia entre seres humanos y naturaleza, sino para ir un paso más atrás y cuestionar el punto de partida. No se trata de preguntar qué nos da la Tierra, sino de preguntarnos por qué creemos que todo debe darnos algo para tener derecho a existir.

Un árbol no es valioso solo porque capture carbono.
Un río no importa únicamente porque nos abastezca.
Un animal no merece vivir porque resulte bello o útil.

Su valor no depende de nuestra necesidad, ni de nuestra aprobación, ni de nuestra comprensión.

Aceptar esto no implica rechazar la ciencia, ni abandonar la gestión responsable, ni idealizar la naturaleza como algo intocable. Implica reconocer un límite: el límite de nuestra autoridad moral sobre el resto de la vida.

Cuando colocamos al ser humano como árbitro último del valor de todo lo vivo, abrimos la puerta a una lógica peligrosa. Hoy decidimos qué especies son prescindibles; mañana qué ecosistemas pueden sacrificarse; pasado mañana qué territorios deben ser transformados en nombre del progreso o la necesidad.

Quizá el problema no esté solo en cómo actuamos sobre la Tierra, sino en cómo nos colocamos frente a ella. Tal vez no se trate únicamente de aprender a proteger mejor, sino de aprender a convivir sin apropiarnos. De comprender que no todo necesita ser gestionado, explicado o puesto a nuestro servicio.

Mientras sigamos defendiendo la naturaleza solo en función de lo que nos aporta, seguiremos atrapados en el mismo marco mental que ha generado gran parte de la crisis ecológica actual. Cambiar prácticas es imprescindible, pero no suficiente. Sin un cambio profundo en la mirada, cualquier solución corre el riesgo de convertirse en una nueva forma de dominación.

Reconocer que la Tierra no nos pertenece no nos debilita.
Nos recoloca.
Y desde ahí, quizá, podamos empezar a relacionarnos con el mundo vivo de una forma más justa, más humilde y más duradera.



Comentarios

Entradas populares de este blog

En Contra del Antropocentrismo: Repensando Nuestra Relación con el Mundo Natural

Ecocentrismo: Una Filosofía Necesaria para un Futuro Sostenible

La naturaleza no necesita nuestra gestión, necesita que dejemos de dañarla