Animales irracionales, humanos antinaturales
Vivimos en un sistema que nos separa de los ciclos naturales. La mayoría de las personas ya no despiertan con el sol, ni duermen cuando la oscuridad llega, ni siembran o cosechan según la estación. Nos movemos siguiendo relojes, calendarios impuestos y horarios que no entienden de ritmos circadianos ni de los pulsos de la tierra.
Lo curioso es que nos consideramos a nosotros mismos la especie “más inteligente”, la cúspide de la creación. Y sin embargo, somos los únicos que hemos roto el vínculo con lo natural. Hemos creado ciudades donde la noche nunca existe, trabajos que ignoran la luz del día, alimentos que no crecen de la tierra sino de laboratorios y cadenas de montaje.
Mientras tanto, aquellos a quienes llamamos “irracionales” siguen fieles a lo puro:
El árbol busca la luz y sus raíces encuentran el agua sin necesidad de maestros.
Las aves saben migrar siguiendo las estrellas, sin mapas ni tecnología.
El lobo, la hormiga o la abeja viven en sociedades equilibradas, donde cada uno cumple su papel sin destruir el todo.
El ser humano, que presume de conciencia, ha olvidado cómo escuchar a la naturaleza. Y lo que es aún más paradójico: son justamente las plantas, los animales y hasta los ríos y montañas —a quienes se les niega conciencia— quienes permanecen en sintonía con el origen.
Esto nos revela algo profundo: la verdadera sabiduría no está en la acumulación de conocimiento técnico ni en la arrogancia de proclamarse superior. La verdadera sabiduría está en vivir de acuerdo con los ciclos eternos, en escuchar lo que late más allá del ruido de las ciudades, en honrar lo que nos recuerda que pertenecemos a la tierra.
Tal vez la liberación del espíritu no pase por “dominar” la naturaleza, sino por reconciliarnos con ella. Tal vez el regreso al origen comience con un gesto simple: levantar la vista al cielo, sentir la tierra bajo los pies, agradecer a los árboles que nos dan aire, a los animales que nos enseñan la fidelidad de lo instintivo, y recordar que todo lo que vive nos habla del camino perdido.
En ese espejo de lo que llamamos “irracional”, podemos reconocer la señal más clara: ellos ya son libres porque nunca dejaron de pertenecer. Nosotros seguimos siendo prisioneros porque olvidamos cómo hacerlo.
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